lunes, 27 de mayo de 2013

quiero hacer eso

Nunca había modelado en la calle. Una mesa, una silla, mis bártulos, un gran montón de arcilla y frío, pero qué frío, era el escenario de esa tarde de viernes en el centro de Pamplona. Ainhoa y yo modelando, Beatriz, Raquel y  Javier con sus cuadros. A nuestro alrededor, tres escenarios con música y espectáculos de lo más dispar. La radio celebraba sus ochenta años, y ahí estuvimos dando espectáculo.

Viento del oeste (creo, a mí me entraba por la derecha) que secaba la arcilla y la cuarteaba. Un montón de personas alrededor, viendo surgir la figura de entre mis manos. Niñas y niños con una pizca de vergüenza algunos, con toda la vergüenza o sin ninguna otros, casi todos con un trozo de arcilla fría como la tarde caldeándose en sus manitas. Los adultos miraban, comentaban, preguntaban.

Mi pieza, un hombre desnudo sentado en el suelo, iba tomando forma. Primero hacia delante, los brazos rodeando la rodilla levantada. Luego, los brazos apoyados atrás, el cuerpo hacia un sol que nose dejaba ver... No llegué a ponerle cabeza, y aún la espera en la mesa del “cuarto de las esculturas”, esa pequeña habitación que compartimos el barro, los libros, el ordenador, la bicicleta estática y algún trasto más; tengo otra pieza que llegó antes y que está  por terminar, así que cada cosa en su momento (parezco ordenado, pero es sólo un espejismo: más de una escultura ha acabado sin cabeza, por decirlo de algún modo).

Un grupo de jóvenes, rondando los ¿veinte años?, comentaban tímida y animadamente (eso sólo se consigue a esa edad) sobre las esculturas que tenía en mi mesa, sin terminar de acercarse. No sé de dónde me salió la pregunta: “¿Estudiáis Bellas Artes?”.  Asintieron ellos y ellas, con lo que me pareció un punto de complicidad. Les pregunté qué querían hacer cuando acabaran los estudios, si escultura, talla, pintura... Uno de ellos me miró, señaló mis figuras, y dijo: “Eso”.  Otro asintió. Y éste volvió a repetir, convencido: “Quiero hacer eso”.

La tarde fue transcurriendo con su frío, su gente, un café calentito y un bollo que me trajo mi suegra... y junto a la sensación de estar haciendo algo realmente divertido, la de estar haciendo, una vez más, algo hermoso.